Pocas cosas me preocupan más que nuestros niños y niñas, una de mis razones de vivir y mi mayor motivación en política. A todos se nos rompió el corazón estos días con el desenlace del caso Gabriel, y este artículo pone el acento en la importancia de proteger sus derechos. Mis respetos y condolencias a sus padres y a toda su familia.
De nuestros niños y niñas, de su desarrollo y su futuro, del difícil tránsito a la adolescencia y de cómo las experiencias que acumulamos en esa época marcan toda una vida hemos tenido ocasión de hablar esta semana en Santa Cruz de La Palma, con ocasión de las I Jornadas de Salud Mental en la Infancia y en la Adolescencia, a cuya inauguración asistí representando al Parlamento de Canarias.
Son innumerables los profesores y profesoras de Primaria que me comentan la necesidad de una mayor coordinación entre las instancias implicadas. Desde su posición en las aulas hasta los profesionales sanitarios y sociosanitarios, trabajadores sociales, asociaciones de padres y madres, nuestras policías locales y los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado: todos podemos hacer más estando mejor coordinados.
Admiro y respeto profundamente al doctor Javier de Loño Capote, impulsor de las jornadas y una verdadera eminencia en la materia. Él dice siempre que “lo que no se cura en la infancia dura toda la vida”. Más de 25.000 casos tratados son su mejor aval.
Cada generación tiene sus problemas y ventajas, pero esta época que atravesamos presenta circunstancias muy peculiares.
La era digital y la aldea global incorporan oportunidades para esta generación, que quienes ya superamos cierta edad no podíamos ni soñar: información, empleo, idiomas… Lo que antes costaba tanto esfuerzo, hoy está en la pantalla de una tablet o un smartphone. Un puesto de trabajo o una nueva universidad a unas horas de viaje en avión.
Pero las generaciones actuales, paradójicamente, vienen con otros condicionantes. La severísima crisis económica nos ha dejado realidades dramáticas, y en Canarias hablamos de un fracaso escolar del 25%, un alarmante desempleo juvenil y situaciones contradictorias como un índice de exclusión social que afecta a un tercio de los niños y niñas, pero a la vez una incidencia del sobrepeso y obesidad infantil entre el 45% y el 50%.
Vivimos en el siglo de la mujer y la semana pasada millones de mujeres españolas, y también muchos hombres, tomamos las calles para luchar por unas reivindicaciones asumibles y lógicas: brecha salarial, conciliación familiar, techos de cristal…
Detrás de cada negación de los derechos de la mujer y de esas familias desestructuradas y afectadas por la falta de empleo y oportunidades nos queda la realidad paralela de nuestros menores.
Hay que romper techos de cristal, pero también hay que sacar a estos niños y niñas de los pozos invisibles.
En ese pozo invisible caen muchos de ellos por innumerables motivos. Afecta la falta de referentes familiares, de una educación en valores que antes se recibía en la familia y que hoy muchos de esos niños no encuentran. Qué decir del detestable bullying o acoso escolar, que todavía sigue existiendo y que se cobra víctimas inocentes. Y otro mal de nuestro tiempo, la adicción a los teléfonos móviles, que muchas veces proporcionan espejos en los que mirarse que no son precisamente los más adecuados.
Necesitamos prevención y detección. Hacen falta más expertos en salud mental infantil y juvenil, total coordinación desde el centro infantil para detectar casos de abandono, desamparo o acoso.
Una escuela de padres y madres sería fundamental para que también se comprenda que es necesario asumir obligaciones: Aprender a jugar con nuestros hijos, a motivar en ellos las ganas de saber y de aprender, a respetar al profesor y al compañero… Aprender incluso a comer o a utilizar las tecnologías con cabeza.
Es fundamental comprender las pautas que necesita nuestra población infantil y juvenil, que son bien distintas a las que necesitamos los mayores. Sacar a esos niños de ese pozo invisible es un compromiso de todos.
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