La huella ecológica es la medida del impacto de las actividades humanas sobre la naturaleza, representada por la superficie necesaria para producir los recursos y absorber los impactos de dicha actividad. Por ejemplo, España necesitaría tres países como el nuestro para satisfacer sus demandas.
En Canarias, este indicador se sitúa en 6.52 hectáreas por habitante por lo que necesitaríamos 3.84 planetas para soportar la intensidad del consumo en nuestras Islas. Un problema del que ya estamos viendo las consecuencias.
Por esta razón, esta semana en el Pleno del Parlamento interpelé a la Consejera de Sostenibilidad del Gobierno de Canarias, Nieves Lady Barreto, para preguntarle por las acciones y medidas que está impulsando para frenar o aminorar las consecuencias del cambio climático.
Tenemos que pasar del papel a la acción porque no podemos levantar la alfombra y seguir metiendo la basura debajo y no debemos seguir buscando más huecos para enterrar o quemar los desechos que podríamos reciclar y convertir en riqueza o en materias primas.
Hablamos de economía circular que, de forma sencilla y resumida, es un sistema de aprovechamiento y optimización de los recursos donde prima la reutilización, reparación y reciclaje de los materiales y productos ya existentes.
Europa lleva ya algunos años marcando el camino de transición hacia este tipo de economía sostenible que tiene como principal axioma que los residuos se conviertan en recursos. Precisamente, una de las causas de la desaceleración es la subida del precio de las materias primas, por eso tenemos que centrarnos en reutilizarlas.
La economía circular ha llegado para quedarse y deberíamos aprovechar su interés estratégico también en Canarias. Así reduciríamos la presión sobre el medioambiente, al dejar de enterrar los recursos, lo que mejoraría la seguridad del suministro de materias primas y disminuiría la dependencia de importaciones costosas, aumentando así la competitividad, la innovación, el crecimiento y la generación de nuevos empleos.
Es necesario volver la vista atrás y recuperar muchos procesos que sabiamente gestionaron nuestros abuelos y padres. No hace tantos años que aprovechábamos los restos del medio, los agrícolas y de las cocinas para la ganadería, cerrando el ciclo de los nutrientes.
Los restos de vegetales de medianías se llevaban a donde había ganado por medio del burro o el mulo, al igual que las acequias transportaban el agua. Ese flujo de nutrientes y materias primas permitía tener limpias las medianías y las zonas forestales, minimizando la propagación de incendios.
Debemos apostar por implantar más sistemas y modelos óptimos de recogida selectiva adaptados a los barrios y municipios canarios, desde el quinto contenedor controlado hasta los tan exitosos modelos del puerta a puerta.
Por ponerles un ejemplo: de 2003 a 2008 se incrementó en un 430 por ciento la importación de materia orgánica compostada. Además de la subida que ya es considerable, esto significa que todo el empleo que se generó durante el proceso –transporte, acopio y compostaje, entre otros- se creó en otros países.
Tampoco podemos olvidarnos, y mucho menos en Canarias, de la urgente necesidad de cerrar el ciclo del agua. Una prioridad mayor en un archipiélago árido en el que reutilizar cada gota tendría que ser vital. Controlar las aguas residuales, pero sobre todo tratarlas para otros usos debería ser una obligación para nuestro Gobierno y Cabildos.
Por no hablar de la creciente preocupación, presión social y científica, incluso del sector turístico preocupado por el territorio y la calidad de sus costas, que exige cerrar el ciclo de vida de los plásticos.
Los objetivos ya están marcados: Para el año 2025, al menos el 55 por ciento de los desechos deberían reciclarse. Tenemos que empezar a hacer la tarea, especialmente en Canarias que tiene un 83 por ciento de riesgo de desertización.
El reto es complicado y apasionante a la par. Pero tenemos que ir cerrando los ciclos que siguen abiertos para impulsar la economía circular en cada uno de nuestros procesos productivos. Mañana será tarde porque esa menor dependencia exterior impulsaría nuestra economía y confirmaría nuestra inteligencia.
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