Me hubiera gustado escribir hoy sobre buenos deseos, buenos propósitos o sobre metas por realizar en este próximo 2019, que suele ser lo que toca cuando estamos a punto de estrenar un nuevo año, pero lamentablemente la realidad nos ha vuelto a sacudir con un nuevo asesinato de una mujer: Laura Luelmo

Una joven de 26 años que había dejado atrás su Zamora natal para cumplir una baja en el instituto de Nerva. Su primer trabajo, lejos de casa, pero que aceptó para ir labrándose un futuro y obtener una plaza como profesora. Un futuro que se vio truncado porque un degenerado, con un largo historial de antecedentes criminales, así lo quiso.

Lamentablemente, 2018 ha sido un año trágico con 47 mujeres asesinadas. 975 desde el 1 de enero de 2003, cuando se empezaron a contabilizar las víctimas. Sin embargo, el asesinato de Laura no estará en las estadísticas porque solo se considera violencia de género la que perpetra un hombre sobre su pareja, expareja, o los hijos de ella.

Más allá de las cifras y las frías estadísticas, hoy quiero centrarme en lo importante: detrás de estos casos hay dolor, sufrimiento, silencio y, por desgracia, muertes. Unas muertes que nadie puede asegurar que no ocurrirán pero donde tenemos la obligación de intentar hacer algo. Y hablo en plural porque coincidirán conmigo en que este problema es una lacra que nos afecta como sociedad.

Hablo por ejemplo de la prisión permanente revisable. Una figura que el Partido Popular recogió en su programa electoral de 2011 y que aprobó cuatro años después porque entendíamos que era una demanda de la sociedad. Y a la vista de los últimos acontecimientos creo que esa petición ha ido en aumento.

Cierto es también que antes de llegar a este punto, falta que demos muchos más pasos preventivos. Hablamos de un tema que debe ser abordado de forma transversal desde un punto de vista político, social y educativo, y con la complicidad de los medios de comunicación. Es importantísimo seguir dando pasos para mejorar la protección, las garantías y los derechos para las víctimas de violencia de género y sus descendientes, así como la persecución de los maltratadores, pero también hay más.

Por eso aplaudo actos como las Jornadas Iberoamericanas sobre violencia de género que se celebraron en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria el pasado 14 de diciembre. Porque la violencia no tiene fronteras y avanzar en la cooperación internacional, en la armonización legislativa y en la cooperación judicial es fundamental para que ningún país pueda darle amparo o impunidad a los maltratadores y para poder perseguirlos, extraditarlos, juzgarlos y condenarlos en cualquier país del mundo.

Quiero darle la enhorabuena públicamente a la magistrada María Auxiliadora Diaz Velázquez por esta iniciativa, así como a los demás expertos que participaron en las diferentes ponencias. Pero permítanme que destaque, por encima de todo, la intervención de Lucy Rodríguez, hermana de Guacimara Rodríguez, asesinada en 2013 por su expareja delante de sus dos hijos y su madre.

Créanme que el relato de Lucy sirvió para transmitir que nuestro país tiene mucho por hacer para evitar más tragedia a la tragedia de las familias de las víctimas. Para ello pide que se establezcan las normativas o protocolos oportunos para que quienes han perdido a una hija, una hermana o una madre en esas circunstancias no deban pasar un segundo calvario judicial, administrativo o económico.

Mañana es tarde para ponernos a hacerlo. Por eso mi deseo para el próximo año es seguir haciendo esfuerzos para educar a nuestros niños y niñas en el amor, en el respeto y en la igualdad. Tal y como retuiteó Laura Luelmo antes de su trágico final: no es lógico que nos enseñen a no ir solas por los sitios oscuros en vez de enseñar a los monstruos a no serlo.

Por un 2019 donde cada niña o mujer que salga de su casa, vuelva sana y salva.

Ojalá el próximo año no haya #NiUnaMenos