Era difícilmente imaginable que aquel 9 de mayo de 1950, cuando el entonces ministro de Asuntos Exteriores de Francia, Robert Schuman, se manifestaba sobre la conveniencia de que su país y Alemania gestionasen juntos la producción de carbón y acero, alguien pudiera suponer que la Unión Europea abarcaría a 28 países, como la mayor organización internacional del planeta.
Cinco enriquecedores años de mi vida profesional transcurrieron en Bruselas, centro de la Unión, donde se ha instituido la fecha de aquel discurso como Día de Europa. Esta realidad, como veremos, condiciona muy favorablemente nuestra vida mucho más allá de la economía.
En un proceso de transparencia sin precedentes, la Comisión Europea dispone una consulta pública sobre su propio futuro creada por un panel de ciudadanos: un grupo de 80 europeos trabajan para plantear una consulta en línea de 12 preguntas, con un diagnóstico sobre el que trabajar antes de las Elecciones Europeas de 2019.
Porque la Unión Europea es ante todo un proyecto de solidaridad, de cohesión territorial y ciudadana, construido a partir del entendimiento, en el que España se comporta como un socio fiable y responsable. Se estima que tres de cada cuatro decisiones que se toman afectan directamente a las regiones, a las que se destinan dos terceras partes del billón de euros que forma su presupuesto.
Y entre esos territorios, Canarias es uno de los puntos del continente donde somos más conscientes de la importancia de un estatus que se consolida y refrenda con nuestra condición de Región Ultraperiférica (RUP), como parte de un grupo de nueve territorios insulares que gozan de especial sensibilidad por parte de los estados y las instituciones comunitarias.
Somos la única comunidad autónoma española en esta situación, lo cual nos ofrece cierto privilegio en el marco presupuestario 2014-2020, y ha de consolidarse en el periodo inmediatamente posterior, por más que sea complicado mantener una posición seriamente amenazada por la salida del Reino Unido de la actual Europa de 28 miembros. Este suceso dará lugar a una merma anual de unos 14.000 millones anuales, a lo que se unirá el lógico tránsito de España al grupo de países contribuyentes netos.
Hemos de aprovechar la buena sintonía actual de los gobiernos de la nación y de Canarias para avanzar en el aseguramiento de estas ventajas, y de una tasa de cofinanciación del 85 por ciento para todos nuestros proyectos.
Europa es economía, pero los europeos somos mucho más que economía. El Tratado de Lisboa de 2007 contribuyó de forma decisiva al fomento de un sentimiento común que nos ha dado sesenta años de paz. Robert Schuman dijo que Europa “ha proporcionado a la humanidad su florecimiento; a ella le corresponde mostrar un camino nuevo y apuesto al avasallamiento, aceptando la pluralidad y la práctica de un mismo respeto hacia los demás”.
Esos valores ya están implícitos en las actuales generaciones, en una joven Europa sin fronteras que convive e interactúa a través de internet, se beneficia de iniciativas como Interrail o Erasmus, o rompe barreras con la música y la cultura.
Profundizar en lo mucho que nos une, instruir en los valores universales de la paz y la concordia concebidos hace décadas, es la mejor manera de luchar contra la exclusión e incluso evitar fenómenos detestables como el acoso escolar, evitando que las aulas o las redes sociales lleguen a convertirse en las nuevas trincheras de violencia.
Nuestro bienestar depende de la estabilidad de ese proyecto garante de la democracia y la libertad. Por eso es tan necesario seguir construyendo Europa, frenar movimientos populistas que amenazan con romper lo que tanto nos ha costado edificar y que tantos beneficios nos aporta. Requiere dar respuesta a desafíos como la economía circular, el cambio climático o la agenda digital.
Una Europa más social apuesta por el empleo y la educación, las únicas políticas que nos igualan, y aboga por el sostenimiento del mejor sistema de bienestar del mundo, del que se benefician quinientos millones de ciudadanos europeos con plenos derechos.
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