¿Qué pensarías de alguien que, por no comulgar con tus ideas te insultara, te amenazara o te deseara la muerte? Estoy convencida de que todos coincidiríamos en condenar este tipo de actitudes, porque una cosa es que tengamos distintos puntos de vista y otra muy diferente es atentar contra la dignidad de nuestros semejantes.
Pues parece que lo que consideramos normal y respetuoso en el trato “cara a cara” se olvida muchas veces en las redes sociales. Celebrar la muerte de una persona, amenazar a alguien o a su familia por ideas políticas o desearle algún mal parece que se han convertido en actitudes que ya no nos escandalizan como debieran.
Ha pasado recientemente con la muerte del fiscal general del Estado, José Manuel Maza, en que hemos podido leer comentarios muy desafortunados, o con la secretaria primera de la Mesa del Congreso, Alicia Sánchez Camacho, que tras colgar su intervención sobre la aplicación del artículo 155, un usuario ha lamentado que no haya sido víctima de los conocidos como “La Manada”, los cinco jóvenes acusados de una supuesta violación múltiple en los Sanfermines.
Les podría poner millones de ejemplos similares de tuits con un denominador común: la impunidad de estos ataques hechos desde el total anonimato. Creo que los que utilizan las redes sociales con el fin de insultar, vejar o intimidar a otra persona sin dar la cara son unos cobardes.
Hace un tiempo fui víctima de una campaña de acoso y derribo que, lejos de desanimarme, me inspiró a formular una proposición no de ley para evitar este tipo de violencia. Pero, sobre todo, la hice con el fin de realizar una labor pedagógica de difusión, sensibilización y concienciación social, para que los usuarios supieran que hay comentarios que pueden ser constitutivos de delito y que existen unas leyes que hay que cumplir.
El Partido Popular también presentó hace un año una iniciativa con la que se pretendía estudiar la conveniencia de reformar la Ley Orgánica de Protección del Derecho al Honor, a la Intimidad y a la Propia Imagen, delimitando su contenido y adaptándola al uso de las nuevas tecnologías.
Ahora queremos impulsar un cambio legislativo para estudiar posibles vías para acabar con el anonimato y evitar acoso, amenazas, insultos graves y posibles conductas delictivas. Tanto en aquella ocasión como en esta, ya he escuchado las primeras voces críticas diciendo que queremos coartar la libertad de expresión.
Nada más lejos de la realidad. Ahora bien, una cosa es prohibir por prohibir y otra distinta es permitir que las redes se conviertan en un escenario de ataques gratuitos bajo la premisa equivocada de esta mal entendida libertad de expresión.
Igual que la realidad y nuestros hábitos van cambiando, tendremos que valorar si las normas actuales son suficientes para garantizar un clima de convivencia óptimo y de respeto, también en estos nuevos espacios de comunicación.
Personalmente, llevo dos años esperando la sentencia por las barbaridades que tuve que leer y que prefiero no recordar. Y todo porque alguien de forma malintencionada y como revancha política tergiversó mis palabras. Y ahí es donde radica el mal uso de las redes sociales: cuando las manipulamos en el peor de los sentidos o cuando las utilizamos para generar odio contra alguien.
Sigo creyendo que estos canales deberíamos utilizarlos tal y como haríamos si usted y yo nos encontráramos en la calle y diéramos nuestra opinión. Estoy segura de que sobrarían los insultos y las agresiones y que podríamos hacerlo desde la mesura que debe prevalecer en cualquier relación social.
La pérdida de valores, e incluso me atrevería a decir de humanidad, que se está produciendo nos tendría que hacer reflexionar, porque es responsabilidad de todos, interactuemos o no en ellas: usuarios, jueces, padres y madres, comunidad educativa, fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, por poner algunos ejemplos.
Mi solidaridad con todos lo que han sufrido este tipo de violencia y mi repulsa total a los que la ejercen. Tolerancia cero, también en las redes sociales.
#Noalaviolencia
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