“La gente ha hablado y ha hablado con claridad”. Creo que estas palabras pronunciadas por el presidente nacional del Partido Popular, Mariano Rajoy, resumen a la perfección lo acontecido el pasado 26 de junio. Y es que si algo quedó claro ese día es que el PP volvió a ganar las elecciones generales, incluso con mayor margen.
En seis meses hemos pasado por dos citas con las urnas. En la primera de ella, el 20 de diciembre, obtuvimos 1,7 millones de votos más y 33 escaños de diferencia sobre el PSOE, fuimos la primera fuerza en trece Comunidades Autónomas, treinta y nueve provincias, más Ceuta y Melilla, y obtuvimos una clara mayoría en el Senado tras conseguir 124 de los 208 senadores.
Algunos partidos no quisieron darse cuenta de este apoyo de los españoles y nos abocaron a unas nuevas elecciones. Y en la segunda vuelta, por decirlo de alguna manera, pasamos del “sorpasso” a la sorpresa del PP, como han titulado en muchos medios de comunicación.
Y no es para menos. Casi ocho millones de votantes, un 33% y 137 diputados lo que supone más de 400.000 votos, cuatro puntos y catorce escaños con respecto a diciembre. Fuimos la primera fuerza en todas las Comunidades Autónomas, excepto Cataluña y País Vasco, y ganamos en cuarenta de las cincuenta provincias. Si a eso le sumamos que tenemos cincuenta y dos escaños más con respecto al segundo partido, es lógico y coherente que Mariano Rajoy haya reclamado su derecho a gobernar.
Está dispuesto a asumir el riesgo de la investidura y ya ha empezado los contactos con todas las fuerzas políticas, excepto Bildu, para lograrlo. Lástima que pese a esta nueva llamada al diálogo algunos sigan enfrascados en su postura del veto y las líneas rojas. Confiaba en que los principales líderes de otros partidos estarían a la altura y aceptarían lo que han dicho las urnas, pero parece que pretenden seguir entonando el “no es no”.
Mientras, Rajoy ha demostrado en las dos ocasiones que es un hombre de Estado, puesto que ha vuelto a tender la mano y su propuesta de consenso se mantiene, pues entendemos que España necesita una gran coalición que asegure y refuerce nuestro crecimiento. No podemos tirar por la borda todo lo que hemos avanzado.
Hemos pasado de ser un país que lideraba el desempleo en la UE a crear 1.400 empleos diarios. Estábamos en recesión y hoy crecemos. Somos conscientes de que esta recuperación no ha llegado a todos, y precisamente, los que más han sufrido los rigores de la crisis se han ganado el derecho a que los beneficios de dicha recuperación también les llegue. Y así lo han hecho saber en las urnas.
Ahora es el momento de dejar atrás el sectarismo y la exclusión. Toca poner por delante a nuestro país y a los españoles, por encima de cualquier partido y de cualquier ideología. Así lo ha dejado claro también el que fuera presidente de España, Felipe González, y referente del PSOE, quien aseguraba en un artículo de opinión publicado el pasado viernes en El País que el Partido Socialista debe aceptar el diálogo que le ofrece el PP. Y añade que si bien no es partidario de entrar en la gran coalición, las fuerzas políticas que no pueden formar Gobierno no deben obstaculizar su constitución.
De ahí que hayamos propuesto otra alternativa. Si no podemos hablar de la gran coalición por lo menos que haya un Gobierno que tenga estabilidad y que empiece a tomar medidas cuanto antes. Para lograrlo, Rajoy apuesta por un acuerdo de mínimos con tres objetivos claros: los Presupuestos Generales, el techo de gasto y el cumplimiento de los compromisos con Europa.
Creo que todos coincidimos en que no debemos ir a unas terceras elecciones. España no puede continuar con esta parálisis, que, por ejemplo, no ha permitido la aprobación de ninguna ley desde junio de 2015.
Es hora de que demostremos nuestra responsabilidad y nuestra altura de miras: España y los españoles por encima de todo.
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