La primera mujer víctima de violencia de género en España ha sido una tinerfeña, una realejera que murió el día 19 de enero a manos de su expareja, a quien había denunciado sólo once días atrás y que fue evaluada de riesgo bajo. Cerca de medio centenar fallecieron el año pasado en todo el país.

Con sus fallos y aciertos, el sistema judicial estadounidense es distinto al español. Las instrucciones son más ágiles, lo cual hace que los procedimientos no se eternicen, con el dolor que ello conlleva. Y eso por no hablar del gran valor que se le da al perjurio o a los trabajos en beneficio de la comunidad.

Estos días conocíamos el resultado del proceso que ha sacudido un deporte como la gimnasia artística. Más de cuarenta años pasará en prisión Larry Nassar, médico durante décadas de la selección nacional, que abusó sistemáticamente de decenas de niñas de hasta seis años, entre ellas la admirable Simone Biles.

La triple campeona olímpica Aly Raisman se enfrentó cara a cara al hombre que abusó de ella: “Tengo poder y voz y apenas estoy empezando a usarlos. Todas estas mujeres valientes vamos a usar nuestras voces para asegurarnos de que te toque lo que te mereces: una vida de sufrimiento que pasarás reviviendo las palabras que te dijo este poderoso grupo de sobrevivientes”.

Vivimos momentos claves en la lucha de la mujer por su empoderamiento y consideración. Necesitamos más ejemplos de valientes que nos ayuden en el camino que resta hasta el día en que erradiquemos tanta injusticia, un compromiso social hacia esas mujeres que exigen justicia, pero que tienen derecho a llevar una vida normal.

Los familiares de Diana Quer, Marta del Castillo y Mari Luz Cortés, víctimas de la peor violencia que se pueda imaginar, han encabezado una campaña en www.change.org, a la que me sumo, para abogar por la prisión permanente revisable en determinados casos, que evitaría que criminales como los que segaron las vidas de sus hijas puedan salir de prisión en poco tiempo, sin cumplir con el objetivo de reeducación y reinserción de las penas.

Sería un avance en estos y otros casos, en que los familiares y amigos de las víctimas se ven casi forzados a convivir en sitios pequeños con la persona que abusó y hasta mató a un ser querido.

Cuánto hemos mejorado en cuestiones de igualdad, pero cuánto nos queda aún. Pero los primeros pasos los tenemos que dar nosotros, en nuestros puestos de trabajo, en nuestro entorno y a través de las redes sociales.

Estamos muy lejos de la solución definitiva a casos lamentables como el del abuso múltiple de la famosa “manada”, o el del asesinato de Diana Quer. Un penoso juicio paralelo se entabla en estos y otros casos en los medios de comunicación y en las redes sociales, donde se sigue al detalle todo movimiento de las familias, y se disecciona hasta la vida posterior de una víctima de violación.

Que si era niña de papá y no se hablaba con sus familiares, que si en su Facebook parecía llevar una vida normal, que si hubo tonteos o no los hubo? ¿Qué tienen que ver estos argumentos y qué aportan? ¿Por qué alguien tiene que preguntar a una víctima si cerró o no con fuerza las piernas? El no es no, y es suficiente. Por mucho escote o minifalda que queramos llevar.

He hablado muchas veces en este mismo espacio sobre el uso racional de las redes sociales y el compromiso de los medios de comunicación, y me reafirmo en la importancia de denunciar a quienes se empeñan en enjuiciar a la víctima, cuando quienes deben ser juzgados y condenados son los agresores.

Las muertes tienen una visibilidad y publicidad amplia, muchas veces hasta morbosa, pero las condenas siguen pasando desapercibidas, cuando es necesario que sean ejemplares, proporcionales al daño irreparable que causan los agresores. Sigo reivindicando la necesidad de aumentar la publicidad de las sentencias firmes condenatorias. Sin piedad.